2.15.2008

REPENSAR EL RADICALISMO

Por Oscar E. Frávega
Autor de "Historia de la Unión Cívica Radical de Córdoba-1890-2000"

La Unión Cívica Radical, un partido con más de cien años de historia, está en crisis.
Y si está en crisis es porque ya no representa adecuadamente al sector de la sociedad que históricamente fue su sustento. O porque se empeña en representar a una clase de sociedad que ya no existe. O porque su dirigencia se ha marginado de las responsabilidades que le competen a los partidos políticos, olvidando los principios rectores del radicalismo y privilegiando, como única preocupación, los intereses de parcialidades internas.
Es necesario, pues, repensar el radicalismo.
¿Qué significa repensar el radicalismo?
Repensar el radicalismo, no supone la creación de un partido nuevo, ni enmendar sus fundamentos ideológicos.
Repensar el radicalismo exige una reflexión sobre los principios fundacionales del partido, un análisis de la realidad argentina y una profunda autocrítica, para poder de ahí enunciar una doctrina y un programa que responda a las demandas actuales de la ciudadanía, y al mismo tiempo oriente las líneas políticas que deben encauzar la sociedad hacia el modelo de Nación que el radicalismo imagina.
Ideas fundacionales
La Unión Cívica Radical nace como respuesta al Unicato de Miguel Juárez Celman, oponiendo a la corrupción, al fraude y a los contubernios, el reclamo de democracia, sufragio universal y plena vigencia del sistema republicano, representativo y federal consagrado en la Constitución. Cuando se organiza el partido y Leandro N. Alem dice "Soy radical, soy intransigente" está dictando las ideas fundacionales, las que no se pueden abandonar: radicalismo sin hesitaciones ante las reformas que sea necesario efectuar; intransigencia ante la corrupción y las componendas espurias.
El radicalismo, desde su nacimiento, recoge inmediatamente el apoyo de las clases populares que en poco tiempo se constituirán en la clase media más numerosa y culta de Latinoamérica. Y desde entonces en ella se concentró su enorme caudal electoral. En las ideas moderadas, lejos de los extremismos, reside la esencia de la doctrina radical y se explica su inserción en la sociedad.
La realidad argentina
Más allá de formidables –dibujados y obnubilantes- indicadores de bonanza económica, asentada en un frágil modelo agroexportador, la Argentina muestra la ausencia absoluta de una clase dirigente y por ende carece de un paradigma de país; hay una crisis de participación y representatividad, el Estado es lento e inoperante, hay un descrédito generalizado de las instituciones fundamentales; la división de poderes es una mera definición, la Justicia es severamente cuestionada; la economía ha sido desnacionalizada y la industria nacional destruida; la asistencia social, la salud y la educación resultan anacrónicas e ineficaces; los individuos como ciudadanos, se han vuelto ignorantes e indiferentes con respecto a las cuestiones públicas; y hay una enorme deuda social que nos enrostra a la mitad de nuestros compatriotas arrojados debajo de los límites de la pobreza, en tanto la clase media casi ha desaparecido.
Aunque la Constitución consagre una República, representativa y federal, la Argentina es hoy, en su realidad política y económica, un país unitario. Al presente no hay en la Argentina una sola provincia con capacidad de desarrollo propio, no hay una sola economía regional, un solo gobierno político que no haya sufrido los avances –cuando no las coacciones- del poder central.
Todo ello agravado por una macrocefalia evidenciada en la dimensión desmesurada –política y económica- de Buenos Aires con relación al resto de un país deformado que nos muestra una provincia con 100 mil habitantes y escaso potencial de desarrollo y otra con 14 millones de habitantes que concentra la mitad de la riqueza productiva del país.
El federalismo se ha devaluado, junto con el espíritu federal y solidario. La Nación, como tal, se ha debilitado, las provincias se han replegado sobre sí mismas y los habitantes, sobre su entorno inmediato, sobre su "patria chica". El paso de la "provincialidad" a la "nacionalidad" se ha quedado a mitad de camino. Los argentinos seguimos siendo "pobres, incultos y pocos", como diría Alberdi. Y la pobreza y la ignorancia, ya se sabe, son incompatibles con el federalismo. La primera, porque coarta la libertad de decisión; la segunda porque conduce a la anomia y a la indiferencia.
Repensar el radicalismo
De todo lo anterior deducimos que existe una crisis estructural de la Nación y que el radicalismo, además de haber perdido sus tradicionales bases populares –por una disgregación de la sociedad argentina-, no ha reconsiderado la situación y sí en cambio ha quedado inmerso en una continua disputa de espacios internos de poder, que sólo le ha reportado descrédito, derrotas electorales y éxodo de afiliados.
Las alternancias de la democracia le han dado al radicalismo el rol de oposición. Pero esto es una coyuntura. De ninguna manera la Unión Cívica Radical puede detenerse en ella y ni mucho menos agotarse en esa instancia. Esa actitud sería demostrar una vocación por la insignificancia que el radicalismo nunca en su historia ha tenido. La Unión Cívica Radical debe atender el presente, pero pensar en el futuro, que necesariamente debe ser imaginado con grandeza. En cada crisis –porque esta no es la primera- el partido salió de la mano de generaciones jóvenes que supieron reelaborar bases y demandas de principios insoslayables que esta vez podríamos condensar así:
-Espíritu federal, para rescatar el sistema federalista, oponiéndose con vehemencia a todas las aventuras autoritarias y unitarias.
-Espíritu nacional, para permitir el desarrollo armónico de la nación –económica, social y políticamente- y su inserción en el concierto de las naciones del mundo en un marco de igualdad y respeto.
-Doctrina, para que se sepa quiénes son y qué piensan los radicales
-Programa, para que se sepa qué modelo de Nación se quiere
-Conducta, para ser creíbles y para que el partido no sea ámbito de reparto y complacencia sino de entrega y compromiso
-Coherencia, para que el discurso sea unánime y fruto de una convicción doctrinaria
-Democracia interna e incluyente, para asegurar la participación amplia de los ciudadanos, la renovación periódica de autoridades y la elección de los mejores
-Capacitación, para formar los cuadros dirigentes y facilitar la gestión de los candidatos
-Militancia, para que la lucha cívica sea permanente y no se resienta en el llano o claudique en la función pública
-Radicalismo sin vacilaciones en las reformas que fueran menester, dentro o fuera del partido
-Intransigencia ante la corrupción y los acuerdos que no fueran excluyentemente en interés de la Nación o de las provincias
En esto no puede haber dudas, vacilaciones o especulaciones. El objetivo imperioso no son las próximas elecciones o el reparto de las próximas candidaturas; el objetivo es redimir a la Unión Cívica Radical con ideas innovadoras y vitales, para que vuelva a ser el partido democrático y poderoso que siempre fuera, representante de un vasto sector de la población, defensor de libertades e ideas, alternativa válida de gobierno, censor de despotismos y actor principal en las relaciones respetuosas de las fuerzas políticas.